sábado, 27 de junio de 2009

sábado, junio 27, 2009
TRIBUNA: DOMINIQUE MOISI

La batalla por la esperanza

DOMINIQUE MOISI 27/06/2009


Desde la llegada del presidente Barack Obama a la Casa Blanca, ha habido un innegable acercamiento entre Europa y Estados Unidos. Ahora bien, ¿es posible que, en el más profundo y fundamental nivel de las emociones y los valores, la distancia entre las dos riberas del Atlántico haya aumentado en realidad?

Hoy hay mucha más esperanza colectiva y mucho más miedo individual en Estados Unidos como consecuencia de la crisis económica mundial, pero lo opuesto es aplicable a Europa.
Aquí vemos menos esperanza colectiva y menos miedo individual. La razón para ese contraste es sencilla: Estados Unidos tiene a Obama y Europa tiene el Estado de bienestar.

¿Qué se puede hacer para fomentar una "americanización" de Europa desde el punto de vista político y una "europeización" de Estados Unidos desde el punto de vista social?
Los americanos, consolados por un presidente que encarna una vuelta a la esperanza, que inspira y tranquiliza a un tiempo, están empezando a creer que lo peor de la crisis económica ya ha pasado.

Lo que a comienzos de esta primavera era tan sólo un "atisbo de esperanza", por usar la expresión de Obama, ha pasado a ser una tendencia más seria y positiva.
Los americanos, animados colectivamente por una combinación de optimismo natural y nacionalismo profundo, han hecho suyo el lema de la campaña del presidente: "Sí, podemos".

En cambio, cuando se examinan con ojos europeos las situaciones personales de muchos americanos concretos, el individualismo extremo que constituye un ingrediente fundamental del optimismo americano se plasma en un inaceptable escándalo social.
"Se están creando ciudades enteras de tiendas de campaña con las víctimas de la crisis económica", se leía hace poco en la primera plana de un periódico americano de gran circulación. Los periodistas cuentan historias trágicas de americanos de clase media que han perdido su empleo y su casa y carecen de protección social alguna.

¿Quién pagará tu costoso tratamiento contra el cáncer, si pierdes la póliza de seguro de enfermedad que iba unida a tu empleo?
No es correcto suponer, como hacen algunos partidarios del libre mercado a ultranza, que la falta de protección social te fortalece. La ambición de un país y una sociedad nacidos de los principios de la Ilustración no puede ser crear un pueblo armado hasta los dientes con pistolas y, sin embargo, totalmente desarmado ante la enfermedad.

Además, en una sociedad que "vive para trabajar", en la que el puesto de trabajo propio es un componente fundamental de la identidad propia, la pérdida del trabajo es más desestabilizadora que en una cultura en la que se "trabaja para vivir", como en Europa.
La perspectiva de los americanos ante la jubilación es muy reveladora: le tienen miedo. ¿Qué harán?

Esa perspectiva no está simplemente arraigada en la economía, aun cuando hoy una gran proporción de americanos mayores corran de regreso al mercado de trabajo, tras hundirse sus planes de pensiones privados como consecuencia de la contracción económica. La
separación geográfica de las familias, debida al tamaño de Estados Unidos y a la movilidad de los americanos, hace que la asociación entre la jubilación y el hecho de ser abuelo resulte menos viable en EE UU que en Europa.

Entretanto, en Europa hay -resulta innegable- menos esperanza colectiva y probablemente un poco menos de miedo individual.
Tal vez por ser más antiguas y más cínicas, las sociedades europeas parecen complacerse en una "hosquedad colectiva" de la que les cuesta salir.

El nivel sin precedentes de abstención en las recientes elecciones al Parlamento Europeo es una prueba más de ese cinismo y alienación en aumento.
Naturalmente, no es posible ni deseable "clonar" a Obama en cada uno de los Estados miembros de la Unión Europea. Sin embargo, ¿qué hace falta para reducir el déficit de esperanza que aflige a la Europa de hoy?

La respuesta no resulta evidente.
Europa padece una escasez de dirigentes que puedan hablar en su nombre y una escasez de ambición (al fin y al cabo, ¿cuál es la ambición colectiva de los europeos, ahora que se ve a la UE más como parte del problema que de la solución?). Pero, por encima de todo, Europa padece un déficit de identidad, pues nadie parece saber qué significa ser europeo en la actualidad. En cambio, Estados Unidos tiene una abundancia de todo aquello de lo que carece Europa.

Formulado así, el problema europeo parece incluso más tremendo que el americano. No obstante, no está claro precisamente que a Estados Unidos le resulte más fácil reformar su sistema de salud y de seguridad social y, con ello, aliviar los temores individuales de sus ciudadanos que a Europa inspirar en sus ciudadanos un sentido de esperanza colectiva.

En realidad, Europa y Estados Unidos deberían representar una fuente de inspiración mutua que redujera las consecuencias humanas de la desigualdad en el lado americano y restableciese un sentido de esperanza en el Viejo Continente.


©
Project Syndicate, 2009.


Traducido por Carlos Manzano.

Dominique Moisi es profesor visitante de Administración Pública en Harvard.

0 comments:

Publicar un comentario